Tuve suerte de cruzarme con una piedra. No se si era preciosa o solo una porquería mas que suele cruzarse en el camino. Me tropecé y caí, ahm, solo recogí esa piedra y no pensé que pudiera pesar tanto. Cuando la levante el peso me mando abajo y me lastime. La herida no fue concierte, mas bien fue pasajera. Entre los entretiempos menos pesaba y podía sostenerlo más. Llego un punto en que no pesaba absolutamente nada y era solo un átomo. A medida que pasaba los días ese átomo fue creciendo y evolucionando; tal vez las reacciones de ese átomo me lastimo mas en el fondo que por fuera.

Una noche llegue y ya no estaba esa partícula. Lo busque y me desespere, pero no encontré nada solo mas que alteraciones en ese espacio. La semana paso y no supe nada de ese átomo. Fue cuando algo me propuso salir al jardín, ¡ha!, la sorpresa fue mayor que el tamaño; en aquel jardín había un árbol frondoso con frutos. Lo mire por horas y días, no tenia hambre ni sueño, solo me ostentaba mirarlo. Mirando fijamente vi como un fruto caia, me levante como un rayo, agarre el fruto y lo abrí. Para mi sorpresa era la misma roca.
Reí por horas, me salieron lágrimas y la herida curada quedo.

Ahora tengo la piedra en un lugar muy especial. No lo toco y ni lo miro, porque se que no se moverá a menos que se desintegre y me deje esta es.